Inadvertido para millones de turistas que año tras año acuden en masa a las playas del litoral levantino, lo cierto es que a escasos kilómetros de la A-3, a su paso por Saelices, se encuentra el yacimiento arqueológico de la que fuera la ciudad más importante del sur de la meseta. Definida por Plinio como el extremo de Celtiberia, esta próspera urbe que hizo fortuna con la minería fue durante los siglos II y I a.C el centro urbano más importante de la meseta meridional. Muestra de aquel pretérito esplendor son los restos que aún se conservan de su teatro, su anfiteatro, las termas, basílicas y templos. La importancia de esta ciudad tiene su origen en los yacimientos de piedra de yeso cristalizado y transparente, que durante la época del Imperio romano se utilizaba como cristal para las casas más humildes y como motivos decorativos.
A unos 80 km, Alarcón, pueblo que da nombre al embalse y cuyo valor patrimonial va más allá de su conocida fortaleza medieval, cuenta con otras tres joyas artísticas de gran interés: la parroquia de Santa María, del siglo XVI; el Centro de Arte Contemporáneo de Pintura Mural (catalogado Bien de Interés Artístico Mundial por la UNESCO en 1997) y la iglesia de la Santísima Trinidad, de los siglos XIII al XVI (Bien de Interés Cultural).
En la zona más oriental de la comarca se encuentra la reserva natural de las Hoces del Cabriel. Su acceso, por la N-III ofrece unas vistas al embalse de Contreras que, en pleno siglo XXI, nos evocan un pasado en el que carretera y naturaleza convivían con relativa paz. Repartidas entre los términos municipales de Iniesta y Minglanilla, las más de 1.500 hectáreas que componen las Hoces del Cabriel sirven como refugio para numerosas especies amenazadas, como el águila real, perdicera, halcón peregrino, búho real o la collalba negra, entre otras. La Reserva Natural cuenta con un informativo centro de visitantes y un servicio gratuito de visitas, además de centros de turismo rural y multiaventura para toda la familia.
Sitio Natural de Interés Nacional desde 1929, las 2.000 hectáreas que componen este paraje cárstico a poca distancia de la ciudad conquense son uno de los atractivos turísticos más visitados de la provincia. La explicación geológica de tan insólito paraje se encuentra en la alta concentración de piedras calizas. Su composición, con más magnesio en la parte superior que en la base, propicia una erosión mucho más rápida en la parte inferior de la roca, lo que deriva en divertidos y originales peñascos de caprichosas formas que alguien ya se ha apresurado a bautizar con nombres tales como «los amantes de Teruel», el «elefante», la «tortuga», «convento», «mar de piedra», el «teatro», el «perro» o la «cara del hombre» entre otros.