Gaudí realizó este magnífico parque por encargo del que fue su principal cliente, el empresario Eusebi Güell. Aunque comenzó a construirse con la intención de ser una urbanización de lujo para la burguesía barcelonesa de la época, acabó siendo un inmenso parque en varios niveles, al que Gaudí se trasladó a vivir con su familia en 1906. El espacio creado por el artista —desde el que se puede disfrutar de unas maravillosas vistas de la ciudad— está lleno de senderos pensados para los carruajes de principios de siglo. En su interior, dos edificios recubiertos por el famoso trencadís —mosaico cerámico policromado a base de piezas irregulares—. En la plaza del teatro griego, el banco ondulante, obra de Josep Jujol —uno de sus más estrechos colaboradores—, es digno de admiración. Recorreremos este espacio único deteniéndonos ante las numerosas expresiones de ingenio de su creador: el dragón de Gaudí, la casa-museo del arquitecto o la sala de las Cien Columnas.
Nos adentramos en la parte derecha del Eixample, donde se alza el templo expiatorio de La Sagrada Familia, principal obra del tarraconense, a la que dedicó 43 años de su vida. Inspirada en las catedrales medievales, es una edificación neogótica de 12.800 m², con tres puertas que dan acceso a cada una de las naves del crucero. Actualmente hay construidas ocho de las 18 torres que en su día se proyectaron y, en 1926, tras la muerte de Gaudí, sólo una se había levantado: la torre de san Bernabé. Ésta, parte de la cripta y la fachada de la Natividad, son los únicos elementos de los que el arquitecto es autor directo. Reconocida como Patrimonio de la Humanidad en el año 2005, esta obra en forma de catedral con mosaicos multicolores es el único gran templo de todo el mundo que actualmente sigue en construcción.
A escasos metros del mismo, podemos visitar las escuelas de la Sagrada Familia, un pequeño edificio original y vanguardista de una sola nave —en el que destaca el tejado ondulante—, que fue construido en 1909 para asegurar la educación de los hijos de los obreros que trabajaban en la basílica.
De todas las casas construidas por Gaudí, las dos que se ubican en el paseo de Gracia, son las de mayor reconocimiento y, en ellas, el viajero podrá constatar el derroche creativo del genio. En el núm. 43 del paseo encontramos la casa Batlló, fruto del encargo de reforma de un edificio que recibió Gaudí en 1904. Junto al arquitecto Jujol, se remodela excepcionalmente la vivienda, destacando el tejado, revestido de bellos mosaicos de cerámica policromada. En 2005, la UNESCO la reconoció como Patrimonio de la Humanidad.
Casi enfrente, al otro lado del paseo, en el núm. 92, se emplaza la casa Milá o «La Pedrera» (por su aspecto de cantera ondulante), encargo de la familia Milá al arquitecto, tras hacerse célebre la casa Batlló. La protagonista de esta creación es, sin duda, la fachada; de efecto plástico, debido al juego de convexidades y concavidades con que se exhibe, como si de olas de mar se tratase. Los balcones, en hierro forjado, imitan formas vegetales. Y toda esta belleza arquitectónica se corona con una azotea en donde la sensación de movimiento es también evidente por la sucesión de elementos sinuosos. Originales chimeneas —recubiertas de pequeños cristales que cambian de color con el humo— ponen el broche a este singular edificio que, desde 1984, es Patrimonio de la Humanidad.
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